Desde el recuerdo
"Desde el recuerdo". Centro Cultural Casa de Vacas. Parque del Buen Retiro (Madrid). 1-30 mayo de 2014
Texto introductorio al catálogo de la exposición. Firmado por Juan Botella.
¡Con qué frecuencia hemos dicho y oído que la memoria es frágil, que nos falla! ¿Pero es eso cierto?
Depende de qué entendamos por memoria. Desde luego, Bergson no admitiría expresiones de ese calibre, ni
otras del tipo de “estoy perdiendo la memoria”; más bien, intentaría aclararnos que lo que es frágil, o lo que
perdemos, es la capacidad de recordar, de actualizar con exactitud lo vivido. A eso se refiere Carmen Pombo
cuando dice que aquellos lugares que vio con nitidez se diluyen poco a poco, y eso es lo que sus cuadros
parecen manifestar. Digo parecen manifestar porque creo que, en realidad, manifiestan algo más, como se
puede deducir de esa titulación genérica que utiliza, “lugares del recuerdo 1,2,3…”, dando a entender con ello
que en cada cuadro no se trata ya de solamente de “un lugar” sino de cualquier lugar, de todos los lugares. Esa
generalización es muy importante porque anularía nuestro interés por establecer una conexión entre lo que
vemos en cada cuadro y el lugar concreto al que representaría.
¿Podemos decir entonces que no hay representación? Al menos, lo que podemos decir es que lo que estos
cuadros representarían no son espacios geográficos, a pesar de que en algún caso uno u otro de ellos haya
podido ser el origen en la cabeza de la artista, que lo que estos cuadros representarían de manera espacial es
el Tiempo, la Memoria. ¿Por qué el condicional? Porque, en realidad, Tiempo y Memoria son irrepresentables,
aunque, en cambio, pueden hacerse presentes.
Habrá que acudir nuevamente a Bergson para tratar de aclarar la diferencia entre recuerdo y memoria, siendo
el primero la reproducción de estados anteriores o la vivencia actual que lleva en su seno todo o parte del
pasado. La memoria pura, a la que el filósofo francés distingue de la memoria-hábito o memoria de repetición,
en cambio, es la esencia de la conciencia, la continuidad de la persona, su duración. Esta memoria pura es la que
fundamenta la memoria-hábito, la memoria de repetición y reproducción de contenidos pasados. Por lo tanto,
si, algo falla, o como dice la artista, si las imágenes del pasado se diluyen, si los lugares no vuelven con nitidez,
no es un problema de la memoria; en todo caso es un problema psicofísico, cerebral, pero nunca de la memoria,
que siendo duración y continuidad es lo vivido. Pero ese “lo vivido” se actualiza en el vivir, en el presente
también vivido, de manera que pasado y presente no se distinguen en el devenir. No existe ya ningún corte que
los separe, ninguna cesura que pretenda aislar los instantes; todo es duración.
Llegados a este punto habría que plantearse cómo se da forma a la memoria, porque si hemos dicho que
es duración, tiempo en un sentido no cronológico, continuidad indivisible, la vida, al fin y al cabo, con
independencia de lo vivido, no habrá más remedio que colegir que estamos ante una presencia espiritual
a la que difícilmente se adecúa una forma, que como tal incluye ya en sí la idea de límite. La forma implica
limitación; la memoria, la vida, en cambio, son ilimitadas, de manera que parece claro que la mejor opción de
representación es la informalidad, lo que, con buen criterio, muestran estos cuadros. Informalidad que ha de
enfrentarse a las restricciones impuestas por el lienzo, a una bidimensionalidad inconveniente para manifestar
la continuidad, pues los bordes del lienzo actúan como principio y final de lo que no los tiene. La solución es,
entonces, la profundidad, esa estratificación en la que lo informe parece provenir de un fondo sin fondo. Así se
rompe con el problema de la espacialización de la duración, con su limitación; así aparecen esos colores que
tienen más relación con los sentimientos, con los estados vividos, que con los acontecimientos concretos que
pudieran desencadenarlos, algo que ya sabemos desde Van Gogh o Kandinsky, para quienes el color tenía unas
propiedades psíquicas incuestionables. Colores que son la huella presente de lo que, habiendo sido, aún es,
actualización de un pasado que continúa.
Hace mención Carmen Pombo en su homenaje a Eduardo Galeano a la palabra poética, sometida en sus cuadros
a las mismas vicisitudes que los colores, como si aparecieran de no se sabe dónde. Su presencia flotante no llega
a determinarse y convive con el color en un campo abierto indefinible, porque a ambos les sucede lo mismo.
Ambos remiten a lo que no se deja atrapar, a lo indecible y lo irrepresentable porque está más allá de la forma
y de la palabra, las dos demasiado cerradas, demasiado limitantes para dar cuenta de aquello que es siendo.
Por eso, el poeta y el pintor tienen el mismo problema cuando ansían conseguir la representación de lo que,
habiéndolo alcanzado de manera intuitiva, no se deja acotar. La duración, la memoria pura, la vida, no admiten
mediaciones ni quieren interposiciones (formas y palabras) que las expliquen. Son un pasado siempre presente
al que uno ha de acercarse intuitivamente, pues es la intuición el único medio de conocimiento que permite
alcanzarlos de una vez.